Sobre el deseo de controlar a los lectores


La lectura es una actividad que siempre ha despertado desconfianza. Y junto con ella, el deseo de controlar a los lectores. Podríamos decir que la enseñanza de la literatura en la escuela -desde que existen la enseñanza de la literatura y la escuela- han sido el intento de regular el sentido de los textos, de normalizar y homogeneizar la interpretación, y de imponer un conjunto de significados comunes, compartidos.

Paralela a esta visión de la lectura, y en forma simultánea, la antropóloga francesa Michèle Petit señala que existe y ha existido -quizá únicamente a partir de la imprenta- otra de signo diferente: la lectura emancipatoria. Pero el carácter emancipador de esta última no se encuentra tanto en el contenido de los textos que se leen, sino en el acto mismo de leer, en forma individual, íntima y privada, produciendo un sentido que no está controlado por un grupo.

Esa voluntad de determinar el sentido en el que los textos deben leerse, que es una necesidad política surgida con los estados nacionales, se asocia con una ilusión: la falsa creencia de que cada texto tiene un sentido unívoco, estable y accesible para cualquiera que maneje "el" código lingüístico.

Esta idea de sentido común que se nos ha transmitido a través de las prácticas escolares que en nuestras historias personales atravesamos, se proyecta también en las concepciones de quienes se inician en la escritura de ficción. Una pregunta que de buena fe se plantean a menudo los escritores principiantes y los alumnos de talleres literarios puede formularse más o menos en estos términos: ¿los escritores deben llevar al lector de la mano para que entienda la propuesta o deben dejarlo a su propio albedrío? Lo que puede traducirse de otro modo: ¿debo confiar en la habilidad del lector para entender lo que yo he querido decir? ¿debo darle más señales para que no interprete otra cosa? La pregunta tiene doble filo, y la otra cara es: ¿tengo yo la habilidad de transmitir a través de la escritura lo que deseo transmitir? ¿he logrado decir lo que quiero?

Éste segundo aspecto de la cuestión es quizá el único que debería importar a quien escribe. La cuestión sobre "dejar a su propio albedrío al lector" no es realmente una opción: ¿acaso puede alguien hacer otra cosa? Afortunadamente, como señala Pètit, la lectura es algo que se nos escapa: "la cultura es algo que se hurta, que se roba, algo de lo que uno se apropia, algo que uno acomoda a su manera".

Tratar de controlar la interpretación del lector desde el lugar del escritor es un esfuerzo infructuoso: incluso en las fábulas, en la que los autores ponían unos versitos con moraleja al final, como recurso didáctico para asegurar que el lector interpretara correctamente el ejemplo, uno puedo leer mucho más allá de las intenciones del autor.

El lector produce el sentido del texto al ponerlo en relación con sus saberes previos, su experiencia, su contexto, su conocimiento sobre el autor y sobre el contexto en el que el texto se produjo. Y todos esos factores son absolutamente variables de lector a lector. Este hecho es lo que Borges ficcionaliza con humor en el cuento "Pierre Menard, autor del Quijote".

Quienes deseen arriesgarse a escribir, deben comenzar por desprenderse de este mito: no hay un sentido único en el texto literario. Cuando se asume esta premisa, la importancia de lo que uno quiso decir se vuelve relativa: más allá de las propias intenciones, el texto dice lo que dice, y le dice cosas distintas a diferentes personas. Para expresarlo con versos de Alejandra Pizarnik: "Cada palabra dice lo que dice/ y además más/ y otra cosa".

Cuando se comprende mejor cómo funcionan los procesos de lectura, se abandona la fantasía de poder controlar la interpretación del lector; y esto, a la hora de escribir, nos permite centrarnos en aquellos aspectos de la obra que sí entran bajo el dominio del autor.


Juliana Accoce


Fuentes:
Petit, Michèle, Lecturas: del espacio íntimo al espacio público. México, FCE, 2001.
Borges, Jorge Luis, Ficciones, 1944.

Fuente de imagen: http://www.bibliotecaspublicas.es/

Comentarios

Entradas populares de este blog

Cosas pequeñas: Monigote en la arena, de Laura Devetach

Trasnoche, de Pablo de Santis: más allá de la zona de influencia

Ojos amarillos, de Ricardo Mariño